La Odisea de Rupac
Si bien es cierto, el Perú tiene muchas maravillas por conocer. En este caso, me tocó conocer RUPAC, una ruta corta que me dió una gran lección de vida y hermosos recuerdos.
Todos quedamos en reunirnos en el Centro de Lima y la mayoría llegó tarde, solo algunos fueron los puntuales. La excusa fue la marcha que hubo ese día por las calles del Centro de Lima, en sí esa fue la razón. Caminamos por el parque camucha hasta la agencia “Z BUSS” y tomamos el último bus camino a Huaral. Llegamos a las 9 pm. Caminamos por la plaza de Huaral buscando alguna movilidad que nos llevara a La Florida. Terminamos en una calle donde solo había ambulantes reflejados por las luces amarillas de los faroles. Buscando qué hacer, dónde dormir, o dónde ir; terminamos comiendo un chifa. Ya éramos 10 con la panza llena y siendo las 10:30 pm optamos por ir a acampar a Chancay.
La playa de Chancay nos recibió a lo grande. Pudimos apreciar unos fuegos artificiales ni bien llegamos, hermoso instante que fue acompañado por un refrescante baño en el sucio mar de Chancay. Sí, sucio mar. Al lado nuestro estaba el desagüe y sin percatarnos ya estábamos nadando en el mar de Chancay. Por la madrugada intenté armar junto a una amiga un castillo de arena. Todo un desastre. Solo nos quedamos en la base, pues siendo las 4 am, y luego de conversar sobre la vida con ella, ya era momento de regresar con los demás y descansar. Sin embargo, esa noche-madrugada no podía ser tan buena. Recuerdo muy bien el momento en el que rompieron mi carpa, se llevaron la mochila y perseguí a uno de ellos. Así es, nos asaltaron en la playa de Chancay. Cuando pensé que ya había perdido todo, mis compañeros de viaje fueron encontrando en la arena mis pertenencias. Alistamos nuestras cosas luego del susto y embarcamos camino a Rupac, sin saber el oasis que nos esperaba.
Hermosa vista la que pudimos apreciar camino a Rupac, desde la custer. Ya había ido en movilidad, pero la aventura era ir a pie. Nos bajamos varios kilómetros atrás del pueblo La Florida. Eran las 9:30 am, caminamos sin rumbos, pero siguiendo el camino. Recuerdo muy bien a nuestro guía, que era unos de los nuestros que optó por trepar los cerros y dejar de seguir el camino, según él era un atajo. Más de tres horas caminando, trepando cerros, manos sucias, apestando, con mucho sudor y con las espinas de los cactus en los pantalones hasta que apreciamos un paisaje hermoso y mucho más hermoso cuando tienes buena compañía. En uno de los muchos descansos que tuvimos pasó una custer, tiramos dedo, tuvimos suerte, ya estábamos rumbo a Rupac.
Luego de pagar los 4 soles para pasar al pueblo de Pampas, en La Florida, pudimos observar desde la ventana de la custer, que nos salvó la vida, todo el camino que recorrimos a pie y en carro. Solamente avanzamos menos de la cuarta parte del camino a pie por más de tres horas.
Al llegar a Pampas siendo casi las 4 pm, nos adentramos a subir el cerro hasta las ruinas de Rupac. Pero antes de llegar, descansamos en una cascada donde refrescamos nuestros pies, almorzamos y nos hidratamos.
Más tarde, seguimos el camino hasta la cima del cerro por casi 3 horas, nuevamente vimos hermosos paisajes. Al llegar a las ruinas de Rupac, me quedé dormido. Al despertar y aún un poco inconsciente, recuerdo un bello atardecer que fue capturado desde mi cámara por un preciado amigo.
Llegamos a la cima, y no fui el único que se echó a dormir. No recuerdo muy bien lo que pasó en ese momento, pero sí recuerdo que llegamos a la cima siendo las 5 pm. Otros recorrieron las ruinas.
Es uno de esos viajes que uno siempre recordará y contará de viejo, más que todo por los amigos con los que viajé.
Ya para bajar, éramos conscientes que iba a anochecer y el frío se estaba poniendo intenso.
Esa noche nadie puede imaginarse el cielo que vimos, las estrellas fugaces que apreciamos. Y mucho menos lo que compartimos.